El poeta español del siglo XVI Francisco de Aldana escribía los siguientes versos en uno de sus sonetos: "tras tanto variar vida y destino, /tras tanto de uno en otro desatino/ pensar todo apretar nada cogiendo". O lo que es lo mismo, como dice el refrán: "Aprendiz de mucho, maestro de nada". En cierto, modo ése es el caso de Miguel Ángel, aunque fuese maestro de mucho.
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Edición bilingüe de la editorial Cátedra de los Sonetos completos |
Como buen hombre del Renacimiento, cultivó distintas artes (pintura, escultura, arquitectura, poesía), pero cabría preguntarse si en todas destacó por igual. Su genialidad en la pintura y la escultura es evidente, pero ¿en el caso de la poesía? Miguel Ángel nos dejó (que se sepa) hasta tres centenares de piezas poéticas que vieron la luz por primera vez en 1623. Sin embargo, desde entonces, su consideración ha variado mucho a lo largo del tiempo. Por ejemplo, el historiador y filósofo Benedetto Croce (1866-1952) criticaba la dureza de sus rimas y versos, mientras que autores como Thomas Mann o incluso Rilke los alabaron.
Ciertamente, su poesía resulta en ocasiones obtusa y difícil de entender, forzada en la rima, de una acabado áspero. Pero tal vez se deba a que a Miguel Ángel le interesa más el contenido que la forma, a que el artista veía la poesía como un refugio para sus pensamientos más personales, una manera de plasmar sus vivencias espirituales en la que el resultado estético era más bien secundario.
De toda su obra poética destacan especialmente los célebres sonetos, contenidos en la edición de Cátedra cuya fotografía abre esta entrada y de la que es responsable y traductor el también poeta Luis Antonio de Villena. Es posible ver cómo en estos sonetos se repiten una serie de temas, que comentaremos a continuación.
En primer lugar, encontramos sonetos relacionados con el papa Julio II, principal protector de Miguel Ángel y responsable de la construcción de la basílica de san Pedro y del encargo de los frescos de la Capilla Sixtina. En uno de ellos (el IV siempre según la edición de Cátedra), Miguel Ángel se queja de que el Papa haya prestado atención a sus rivales artísticos, quienes habrían convencido al Pontífice para que hiciese tan colosal e imposible encargo (pintar el techo de la Capilla Sixtina) a Miguel Ángel, quien no podría llevarlo a cabo por ser ante todo escultor.
"Señor, si es verdad algún proverbio antiguo,
es el que dice que quien puede más no quiere.
Has creido en fábulas y palabras vanas
y premiado a quien es de la verdad enemigo.
Yo soy y fui tu buen siervo antiguo
y a ti dado como al sol los rayos,
mas de mi tiempo ni te compades ni cuidas,
y menos te plazco, cuanto más me afano.
Yo esperé ascender hacia tu alteza,
y tu equilibrio justo y potente espada
mi ayuda fuesen, y no la voz del eco.
Mas el propio cielo desdeña situar cualquier
virtud en el mundo, queriendo que vayamos
a coger el fruto del árbol que está seco"
Otro de los grandes protagonistas de estos sonetos es Tomasso Cavalieri, aristócrata y artista sin mucho talento ni renombre que será destinatario de dibujos y poemas de Miguel Ángel. Ambos se conocieron en 1532, cuando Tomasso tenía 17 años y Miguel Ángel 57. Aunque los sonetos dedicados a él son de carácter claramente amoroso, aún no está claro si entre ellos hubo algún tipo de relación sentimental.
Soneto XXVII
"Hubiera creído, el primer día que
miré tanta belleza única y sola,
detener los ojos como águila al sol
en la menor de las tantas que anhelo.
Conocí después mi caída y mi error:
quien sin alas quiere a un ángel seguir,
siembra en piedras, esparce al viento
las palabras y con el intelecto busca a Dios.
Así es que, si cerca no soporta el corazón
la infinita beldad que deslumbra los ojos,
ni lejos me da calma o confianza,
¿qué haré? ¿qué guía o escolta
podrá contigo valerme o ayudarme;
si al acercarme ardo y al partir me matas?"
En tercer lugar, Miguel Ángel dedicará muchos de sus sonetos a la que será una de la personas más importantes en su vida personal y espiritual,
Vittoria Colonna, marquesa de Pescara y una de las damas más cultas de su época, además de poetisa. Vittoria, nacida en 1490, enviudó en 1525 de su marido Ferdinando Francesco d´Avalos, marqués de Pescara, y a partir de entonces se dedicó a su vida espiritual, pasando largas temporadas en conventos y organizando importantes tertulias. Precisamente en un convento se conocieron Vittoria y Miguel Ángel, ya en 1536. Para ella realizaría Miguel Ángel numerosas obras.
Se ha especulado mucho acerca de qué tipo de relación era la existente entre Vittoria y Miguel Ángel. Sin embargo, más bien parece que era estricta e intensamente espiritual y que la marquesa es fundamental para entender los últimos años del artista.
Soneto LXIV. A la muerte de Vittoria Colonna
"¿No es maravilla si próximo al fuego
ardo y me consumo, ahora que está apagado
por fuera, y me aflige y quema dentro,
y a ceniza poco a poco me reduce?
Veía ardiendo tan luciente el lugar
del que pendía mi grave tormento,
que sólo verlo me daba contento,
y desgarro y muerte me eran fiesta y juego.
Mas ya que del gran fuego el esplendor
que me ardía y nutría, roba el cielo,
carbón quedó en brasa y recubierto.
Y sin más leña no me trae amor
que prenda llama, ni una sola pavesa
quedará de mí, todo en cenizas vuelto".
Por supuesto, no podían faltar aquellos sonetos más íntimamente relacionados con
el quehacer artístico de Miguel Ángel, de los que generalmente se ha intentado extraer, o al menos deducir, la concepción que de la pintura y la escultura tenía el genial artista. Por ejemplo, en el soneto LVI, dedicado a Vittoria Colonna, reflexiona sobre la duración de la obra artística, que contrasta en su matérica eternidad con la brevedad de la vida de su creador (lo que viene a aludir en último término al proverbio latino
ars longa, vita brevis):
"¿Cómo puede ser, señora, lo que por larga
experiencia vemos, que dura más
la imagen viva en piedra alpestre y dura
que su autor, a quien los años devuelven al polvo?
La causa al efecto cede y se inclina,
por lo que el arte vence a la natura.
Bien lo sé, en hermosa escultura compruebo
que muerte y tiempo no dan fe en la obra.
Así es que a ambos puedo dar larga vida
en cualquier modo, en color o en piedra,
de uno y otro reproduciendo el rostro;
tal que mil años después de la partida,
cuán bella fuisteis vos y qué mísero yo
se vea, mas que en amaros no fui tonto".
Otros sonetos relacionados con el arte inciden en que la creación artística no reside tanto en la mano (técnica) como en el alma (la parte divina) del artista, planteando así una concepción del arte muy influida por el neoplatonismo. Así, por ejemplo, uno de los sonetos (XLVII) comienza de esta manera:
"No tiene el gran artista ni un concepto
que un mármol sólo en sí no circunscriba
en su exceso, mas solo a tal arriba
la mano que obedece al intelecto (...)"
O el número LV:
"Si la parte divina ha conocido bien
el rostro y los actos de alguno, después con ese
valor doble y un breve y vil esbozo
da a las piedras vida, y no es fuerza de arte.
No de otro modo en más rústicos cartones,
antes que presta mano el pincel tome,
entre doctos ingenios el más hermoso y diestro
ordena y reelabora, y comparte la historia (...)"
Ya para concluir, no podemos olvidar los últimos sonetos de Miguel Ángel, caracterizados por una espiritualidad exacerbada, de corte también neoplatónico, que en ocasiones parece preludiar lo que será la poesía de los grandes místicos españoles de la segunda mitad del siglo XVI (aquel "
¡Oh mi Dios! ¿cuándo será/cuando yo diga de vero/ vivo ya porque no muero?" de san Juan de la Cruz, por ejemplo). Los temas del rechazo de este mundo terrenal y del encuentro con Dios son constantes en estos versos y este querer desasirse de lo material, del cuerpo que no es sino prisión del alma, tiene su trasunto artístico en algunas de sus esculturas, especialmente la
Piedad Rondanini, en la que trabajó pocos días antes de morir.
LXX
"Las fábulas del mundo me han robado
el tiempo en que debía contemplar a Dios,
y no sólo he dejado su gracia en el olvido,
sino que con ella, incluso, me he dado a pecar (...)
Hazme odiar cuanto al mundo place
y sus bellezas que honro y cultivo,
para que antes de morir posea eterna vida"
LXXV
"Cierto de la muerte, no aún de la hora,
la vida es breve y poco ya me resta;
grata a los sentidos, pero no morada
del alma, que me ruega muera.
Es ciego el mundo y aún el triste ejemplo
vence y sumerge toda costumbre buena;
se apagó la luz y en ella la confianza,
triunfa lo falso y la verdad no brota.
Ay ¿cuándo vendrá, Señor, lo que aguarda
quien en ti cree? pues la mucha tardanza
la fe corta y hace el alma mortal.
¿Qué vale que nos prometas tanta luz,
si antes llega la muerte, y sin refugio
para siempre nos deja donde nos alcanza?"