Muchas veces la desidia y dejadez de las instituciones y de nosotros mismos hacen que no sepamos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Recientes catástrofes, como la destrucción de una pirámide maya en Belice, por acción de máquinas constructoras, nos hacen ver que nada está a salvo de los intereses de unos pocos.
Estos ejemplos que nos parecen lejanos e increíbles en nuestro país, puede que no estén tan alejados como pensamos. Amigos de otros blogs, como por ejemplo Pinceladas de historia Bejarana de Carmen Cascón, denuncian daños de nuestro patrimonio que serán irreversibles de no poner algún tipo de remedio. De hecho, el propio Museo del Prado y su colección de pinturas, alabadas y estudiadas por artistas de medio mundo, tampoco se salva de este peligro y en su bicentenaria historia ha sufrido múltiples peligros que han podido cambiar el panorama histórico de nuestro país para siempre.
Wunderlich, Otto, Museo del Prado, Madrid, Fototeca Nacional. |
Quizá la etapa más dramática de nuestro museo, fueron los difíciles momentos sufridos al final del siglo XIX. No sólo se pensó en dar la colección de pintura como parte del pago de la deuda contraída con EEUU tras el desastre del 98, sino que unos años antes sufrió un incendio ficticio para llamar la atención sobre su precaria situación.
El artífice de semejante "antinoticia" fue el genial Mariano de Cavia en el periódico El Liberal de 25 de noviembre de 1891. El Museo del Prado estaba creciendo de forma desmesurada en cuanto a fondos se refería. Había absorbido el Museo de la Trinidad y había recibido muchas obras de gran formato provenientes de conventos e iglesias desamortizados de Madrid y alrededores. El edificio Villanueva resultaba insuficiente para contener esa riqueza, por lo que inició una política de préstamos que se conocerá después como el "Prado disperso".
Fotografía de Mariano de Cavia. |
Sin embargo, alrededor de 3000 obras se exponían en el museo (hoy día y tras las reformas posteriores, pese a tener más superficie expositiva, el museo no muestra ni 1500 pinturas). La exposición de sus obras, excesivamente apretada, y con una seguridad deficiente, provocada, entre otros motivos, por la existencia de viviendas y talleres de algunos de los dependientes del Museo, posibilitaba la creación de incendios o desastres esporádicos y repentinos. Además, el hecho de que los directores del Prado fueran pintores, hacía posible que éstos tuvieran taller propio dentro del edificio Villanueva, lo cual, suponía un trasiego de obras de arte que podía resultar sospechoso, y una presencia de materiales inflamables peligrosa.
J. Laurent y Cia., Graphoscope, Museo Nacional del Prado |
Muchos espíritus cuidadosos denunciaban esta falta de seguridad, pero no se tomaban medidas para paliarla. En este momento fue cuando entró en acción Mariano de Cavia, quien desde su posición de periodista y entendido en arte, veía peligrar el tesoro del Prado. Fue así como, alarmado por los continuos problemas que se avecinaban, el 25 de noviembre de 1891 se atrevió a publicar la falsa noticia del incendio del Museo del Prado y la perdida de la totalidad de sus fondos. ¡Noche, lóbrega noche! comenzaba la noticia que ocupaba una de las primeras páginas de El Liberal. La gente, asustada, iba al edificio del Paseo del Prado a ver qué había pasado. Se temían lo peor: Goya, Velázquez, Tiziano, Bosco... todo desaparecido.
«—Europa entera—oímos decir á un espectador—
dirá mañana que España ha perdido
uno de los pocos florones que quedaban
en su corona. Esto es como una desmembración
de la patria.»
La noticia ocupó casi la mitad de una de las primeras hojas del rotativo. Fue un bombazo y aunque al final de la misma se explicaba con gran inteligencia que lo que se contaba no era cierto, la gente se acercó a ver si realmente el Museo del Prado ardía:
esta la primera vez que ejerzo de repórter,
no lo hago del todo mal. Ahi va en brevísimo
extracto, la recensión de los tristes suce-
sos... que pueden ocurrir aquí el día menos
pensado.
Tuyo,
MARIANO DE CAVIA.»
A pesar de todo, la noticia fue un aldabonazo y se tomaron medidas urgentes: se prohibió que los directores-pintores instalaran sus talleres en el Museo, y se edificaron dos pabellones gemelos en la trasera del edificio, para las necesarias viviendas de los dependientes del Museo y que actualmente sirven para departamentos de seguridad y refrigeración del edificio principal.
Mariano de Cavia publicaba al día siguiente, 26 de noviembre de nuevo en la portada el El Liberal, otro artículo en el que explicaba su licencia del día anterior que "no es una broma ni un camelo ni una originalidad" y expone que tenía la intención de "despertar la atención del Gobierno y el de conmover hondamente al pueblo de Madrid". Continúa diciendo que "Hemos inventado una catástrofe.....para evitarla".
En este mismo artículo menciona un caso similar al que él narró en cuanto la búsqueda del bien común a través de una noticia inventada:
«Cuando la popularidad del general Boulanger
había llegado a su mayor apogeo, cuando Francia
entera estaba pendiente de sus hechos y sus palabras,
el diario parisiense Le Figaro despertó una mañana
a la gran metrópoli encabezando el número con prolija
reseña intitulada así: "El golpe de Estado-La
República ha muerto.-Ernesto I, emperador".
Aquella mistificación periodística fue la primera señal
de alarma para los franceses; entonces empezó a
advertirse el peligro con toda claridad; entonces
comenzaron muchos ciegos a ver, y muchos sordos a oír.........»
había llegado a su mayor apogeo, cuando Francia
entera estaba pendiente de sus hechos y sus palabras,
el diario parisiense Le Figaro despertó una mañana
a la gran metrópoli encabezando el número con prolija
reseña intitulada así: "El golpe de Estado-La
República ha muerto.-Ernesto I, emperador".
Aquella mistificación periodística fue la primera señal
de alarma para los franceses; entonces empezó a
advertirse el peligro con toda claridad; entonces
comenzaron muchos ciegos a ver, y muchos sordos a oír.........»
Lo que de Cavia pretendía es que aquellos que no veían, empezaran a ver y que se pusiera remedio a algo que todavía era evitable. Ciertamente su "antiartículo" fue la salvación de un Prado que corría el peligro de desaparecer. Haciendo alusión a un cuadro de Pieter Brueghel, consiguió que los ciegos no cayeran juntos al foso por no conocer ninguno el camino verdadero.
Brueghel, P., La parábola de los ciegos, Nápoles, Museo Nacional de Capodimonte |
Bibliografía y webgrafía:
- http://www.museodelprado.es/
- Burgueño Muñoz, J.M.: La invención en el periodismo informativo, Barcelona, 2008.
- Quintanilla, A.: Museo del Prado, Madrid, 1994.
- Periódico El Liberal. 25 y 26 de noviembre de 1891.