Los ideales de belleza cambian, han cambiado y cambiarán con el tiempo. Basta con echar la vista atrás unas décadas o incluso unos siglos para percatarse de ello. El arte constituye una fuente gráfica importante para comprobar cómo el ideal de belleza de este mundo (aparte dejamos la Belleza platónica, eterna, perfecta e invariable por otra parte) ha variado a lo largo de los siglos. Interesante resulta, por ejemplo, ver el contraste entre el ideal de belleza femenino del Renacimiento y el del Barroco. El primero parece presentar como deseable la figura esbelta de una Simonetta Vespucci. El segundo, por el contrario, se identifica inmediatamente con los rotundos volúmenes de la segunda mujer de Rubens, Helena Fourment, o con las damas que pueblan los retratos de van Dyck. Sin embargo, en cuestiones de estética, parece preferible, una vez más, la aurea mediocritas de Horacio, el dorado término medio.
Y para ilustrar esta idea de que ninguno de los dos extremos es bueno, os traemos dos poemas, no excesivamente conocidos, de dos grandes poetas de nuestro Siglo de Oro. Tienen un carácter lúdico y burlesco, es decir, que constituyen esa cara de la poesía culta debida a nuestros grandes literatos que normalmente no aparece en los manuales de literatura o las antologías. No todo va a ser graves odas y solemnes sonetos. Además, son un buen ejemplo de hipérbole, es decir, de una exageración... exagerada.
Uno de los poemas está dedicado a la “mujer flaca” y es de Francisco de Quevedo. Otro, a la “mujer gorda” y fue escrito por el no muy conocido Pedro Espinosa (1578-1650), responsable de la antología poética Flores de poetas ilustres, publicada en 1605 en Valladolid. Precisamente en este libro aparecen ambos, formando una acertada pareja a lo Laurel y Hardy.
Prestad especial atención a los juegos semánticos y dobles significados en cada uno de los poemas (mujer flaca: “exprimida voz”, “pluma delgada”, “materia más sutil”…; mujer gorda: “es tal vuestra grandeza”, “os quiero grandemente”…). Seguro que a más de uno os viene a la cabeza
la célebre anécdota (y el célebre calambur) protagonizada, cómo no, por Quevedo: Una vez,
Quevedo apostó que sería capaz de decir a la reina
Isabel de Borbón (esposa de Felipe IV) que era coja (cosa que la molestaba en exceso) sin que se enterase. Así pues, según la anécdota, Quevedo se acercó a ella con
dos ramos de flores, uno de rosas y otro de claveles, y se los ofreció diciendo: "
Entre el clavel blanco y la rosa roja,/ su majestad escoja" (o... su majestad es coja). Quevedo ganó la apuesta.
Pero sin más dilación aquí os traemos los dos poemas. Que los disfrutéis.
A UNA MUJER FLACA
No os espantéis, señora Notomía,
Que me atreva este día,
con exprimida voz convaleciente,
a cantar vuestras partes a la gente:
que de hombres es en casos importantes
el caer en flaquezas semejantes.
Cantó la pulga Ovidio, honor Romano,
y la mosca Luciano,
de las ranas Homero; yo confieso
que ellos cantaron cosas de más peso:
yo escribiré con pluma más delgada
materia más sutil y delicada.
Quien tan sin carne os viere, si no es ciego,
yo sé que dirá luego,
mirando en vos más puntas que en rastrillo,
que os engendró algún miércoles Corvillo;
y quien pez os llamó, no desatina,
viendo que tras ser negra, sois espina.
(...) Mirad que miente vuestro amigo, dama,
cuando "mi carne" os llama,
que no podéis jamás en carnes veros,
aunque para ello os desnudéis en cueros;
mas yo sé bien que quedan en la calle
picados más de dos de vuestro talle.
(...) Y aunque estáis tan angosta, flaca mía,
tan estrecha y tan fría,
tan mondada y enjuta y tan delgada,
tan roída, exprimida y destilada,
estrechamente os amaré con brío,
que es amor de raíz el amor mío.
(...) Hijos somos de Adán en este suelo,
La Nada es nuestro abuelo,
Y salístele vos tan parecida
Que apenas fuisteis algo en esta vida.
De ser sombra os defiende no el donaire,
Sino la voz, y aqueso es cosa de aire.
Díjome una mujer por cosa cierta,
Que nunca vuestra puerta
Os pudo un punto dilatar la entrada
Por causa de hallarla muy cerrada,
Pues por no deteneros aun llamando,
Por los resquicios os entráis volando.
(...) Salvaros vos tras esto es cosa cierta,
Dama, después de muerta,
Y tiénenlo por cosa muy sabida
Los que ven cuán estrecha es vuestra vida;
Y así, que os vendrá al justo, se sospecha,
Camino tan angosto y cuenta estrecha.
Canción, ved que es forzosa
Que os venga a vos muy ancha cualquier cosa:
Parad, pues es negocio averiguado
Que siempre quiebra por lo más delgado.
Francisco de Quevedo
A UNA MUJER GORDA
Porque sois para mucho,
y mujer tan de hecho
y de tan grande pecho,
os quiero grandemente;
y aquesto, muy sin artes,
que sois de grandes partes,
y de cuatro costados,
con nueva maravilla,
sois grande de los grandes de Castilla.
Y, aunque os hacéis tan grave,
que a muchos sois pesada,
como os ven bien tratada
y es tal vuestra grandeza,
no se atreve ninguno
a seros importuno;
que sois más mujer que otra,
y así, cualquiera siente
que lo podréis moler muy fácilmente.
Mas si os tenéis en mucho,
con grande fundamento
y con mayor asiento
estima en mucho a todos;
porque si sois grosera,
en ser terrible y fiera
sudar os hará alguno,
y con tan sucio ultraje
no es mucho que manchéis vuestro linaje.
Pedro Espinosa
Bibliografía:ESPINOSA, Pedro.
Poesía. Madrid, Castalia, 2011. Edición de Pedro Ruiz Pérez.